domingo, 9 de septiembre de 2012

Emo

5 de septiembre


Emo, no era mí hijo,
era hijo de la vida,
de mi ciudad, 
de sus plazas,
de sus fuentes,
y de su cielo azul.
No le di la vida,
solo impedí que se le fuera,
y aunque estuviese conmigo,
no me pertenecía.
Podía alimentarlo,
aplacar su sed,
abrigar su cuerpo,
pero no su alma,
porque él,
vivía soñando con volar,
algo que yo solo
puedo hacer en sueños.

Podía esforzarme en ser como él,
paloma,
pero no pretender hacerlo humano,
porque la vida nos puso en lugares diferentes de la ciudad,
a ellas en los cielos y a nosotros en los suelos.
Aunque ellas bajen a comer y a pasear
y nosotros subamos a altos edificios a descansar, 
cada uno debemos ocupar nuestro lugar
para alcanzar la felicidad.

Yo no lo he lanzado a la vida
ha sido él quien se ha marchado,
empujado por el instinto,
por la llamada de la vida
a la calle, a la plaza
a la fuente,
al árbol,
y a la farola.

Solo espero que haya aprendido
a aterrizar...



 En la copa del árbol.
En la farola.

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